Supongo que a ti también te habrá ocurrido en más de una ocasión: esperas que determinada persona, por el hecho de formar parte de tu familia o de tu entorno afectivo o social, se comporte de una manera muy concreta, es decir, conforme a tus necesidades o deseos. Y casi sin darte cuenta, esta expectativa se transforma en una exigencia interior que genera enfado, tristeza o frustación cuando no resulta atendida. Muchas veces actuamos, consciente o inconscientemente, como si la libertad ajena estuviera sujeta a nuestra voluntad, como si los demás tuvieran la obligación de encajar en nuestra idea preconcebida de, por ejemplo, la pareja, el compañero, la madre, el hermano, la jefa o el hijo "perfecto".
Suele costarnos varios desengaños comprender que cada ser humano (independientemente del vínculo que tengamos) ha de recorrer su propio camino, errores y aprendizajes incluidos; aceptar que no nos corresponde establecer cómo debería comportarse nadie; dejar de pedir que los cercanos giren alrededor de nuestros ideales o dancen a nuestro son.
Pretender que los demás refuercen siempre nuestros esquemas mentales, tapando así nuestras grietas, es tan poco efectivo como pedir peras al olmo. Si queremos encontrar el dulce fruto de la satisfacción, más nos valdría dedicarnos a cultivar sus semillas, a abrirnos a la luz de la vida y a dejarnos empapar por la gratificante lluvia.
noviembre 2022
El refranero español está lleno de citas memorables que encierran mucha sabiduría, por ejemplo “No le pidas al olmo la pera, pues no la lleva”, que en su versión más coloquial usamos como "No le pidas peras al olmo" e Isabel ha sabido sacar toda la ESENCIA de esta frase, para llevarla al campo de la relaciones sociales y familiares; refleja muy bien un error que tod@s hemos cometido alguna vez a la hora de relacionarnos, ya que solemos buscar y demandar en "nuestra gente" cosas que no tienen.