Tal vez los cumpleaños y demás celebraciones sociales sean una manera lúdica de ritualizar el silencioso y apenas perceptible paso de la vida; un intento tácito de señalar (¡para que nos demos cuenta!) la transitoriedad de nuestros ciclos vitales: llegó el nuevo año, pasaron las navidades y los carnavales, asoman ya en el horizonte las vacaciones primaverales de semana santa... fugaces etapas que vienen y van, escurriéndose entre los dedos.
Pero a pesar de tanta fugacidad escurridiza, nos sigue fascinando la enorme belleza y alegría de compartir y anclar estos momentos especiales con consciencia y atención, regalándonos unos a otros el asombroso don de la presencia acogedora a través del devenir. ¿Podemos ofrecernos algo mejor que la mutua comprensión y el recíproco apoyo, el abrazo a nuestras diferencias, la aventura de explorar el mundo a través de otras miradas, de otros sentires o de otras interpretaciones? En plena vorágine cotidiana, no siempre resulta fácil aceptar o entender el punto de vista ajeno, las limitaciones y particularidades de la diversidad humana.
Gracias de corazón a todas aquellas personas que saben escuchar y mirar sin juzgar; profunda gratitud hacia quienes ven con ojos limpios a cada ser, sin enredarse en prejucios superficiales; el más sincero agradecimiento a quienes comprenden que aquello que nos une es infinitamente mayor que lo aparente y lo condicionado.
Sospecho que no existe mejor obsequio, ofrenda o contribución para nuestro mundo que la presencia acogedora. Gracias por formar parte de este inagotable regalo.
febrero 2023
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